JUAN MARÍA SEGURA

Extracto del libro “El extravío de Doña Norma”

Por Juan María Segura


Durante los primeros años de democracia en Argentina, un importante y reconocido periodista televisivo y radial dio vida a un personaje a quien decidió llamar Doña Rosa. Esta supuesta señora representaba el arquetipo del ama de casa argentina que, viviendo en la nueva democracia, se dirigía diariamente al supermercado a comprar sus verduritas para hacer el caldo, y en el trayecto debía lidiar con la inestabilidad de precios, el transporte público poco confiable, las veredas en mal estado, la mala atención pública y la falta de protección frente a proveedores informales aprovechadores o a vendedores de humo. Poco se interesaba esta señora en comprender los asuntos novedosos e intrincados de equilibrios de poderes, fueros y demás sofisticaciones propias de la práctica política democrática, y el periodista, utilizando su espacio mediático, se encargada de dialogar con esta persona ficticia, que lo único que reclamaba era que la dejen llevar adelante su sencilla, austera, rutinaria y pacífica vida.

Doña Rosa, con el tiempo, se transformó en un modelo de referencia sumamente útil para un país que estaba experimentando sus primeros años democráticos. Doña Rosa simbolizada la importancia de que la práctica política e institucional democrática, como suprasistema, pudiese generar las condiciones socioeconómicas suficientes para que las personas que tuviesen una vida sencilla y rutinaria, que siempre son la mayoría de los habitantes alojados dentro del sistema, pudiesen transcurrir sus días sin grandes inconvenientes. Doña Rosa pensaba, decidía y reaccionaba con sensatez, sentido común y sentido práctico, a la vez que reclamaba honestidad, verdad, sensibilidad y bondad, además de predictibilidad.

Doña Rosa, gracias a la insistencia de este periodista obsecuente con su invención, fue tanto un producto de una época, coyuntura y cultura particular, como un aspiracional de toda una generación política. La joven democracia argentina debía estar en condiciones de hacerle más sencilla la vida a esta señora, y los funcionarios públicos debían asegurar, tanto en el diseño como en la implementación de sus políticas, que las vidas de las miles de Doñas Rosas se viesen aliviadas e impactadas positivamente.

Décadas más tarde, y por suerte aun viviendo en democracia, en Argentina, y me animo a afirmar que en varios países de América Latina también, enfrentamos un problema similar, pero ahora dentro del sistema educativo, que es justamente uno de los pilares sobre los cuales debe erigirse la salud y el destino de un país. El problema es que Doña Rosa no va a la escuela y, en principio, ya es una persona mayor, así que poco nos puede iluminar al respecto. Por eso propongo que pensemos en un personaje equivalente, al que pondré de nombre Doña Norma.

El personaje de Doña Norma conecta 2 ideas centrales, sumamente relevantes a la hora de pensar y repensar la educación en democracia. Por un lado, la idea de la norma como acuerdo que regula y ordena. Y, por otro lado, la idea de Norma como personaje cotidiano que interactúa diariamente con aquello que ocurre dentro de un aula y establecimiento educativo. La norma es para Doña Norma, lo que los precios eran para Doña Rosa. Cuando no funcionan, ¡todo mal!

Norma es un término que proviene del latín y que significa ‘escuadra’. Una norma es una regla concebida deliberadamente para crear conductas, administrar actividades y obtener resultados predefinidos. La norma puede ser un acuerdo implícito que, aun cuando no esté escrito ni plasmando en ningún lado, queda instituido por el hábito y la repetición, y perdura en el tiempo dado que se transmite de actor en actor, de cohorte en cohorte de alumnos, de generación en generación. Pero también, y es más común que ocurra así en los establecimientos educativos, la norma puede ser un acuerdo explícito, estampado en algún código de conducta, o escrito de normas y reglamentos. El código de honor, el reglamento académico, el régimen de asistencia, el reglamento disciplinario, el régimen tarifario, las condiciones para preservar la regularidad, son todas ‘escuadras’ que buscan generar una arquitectura de diseño y una geometría particular de funcionamiento del espacio de enseñanza-aprendizaje que haga más llevadero, predecible y fluido el proceso de sus involucrados. De esta manera, se podrán minimizar las fricciones y conflictos, y maximizar el logro del objetivo primario del establecimiento, que es que los sujetos de aprendizaje capitalicen nuevos saberes a un determinado ritmo.

También es importante mencionar que, así como la norma favorece ciertas conductas, comportamientos y resultados, de la misma manera disuade otras conductas y formas de interacción. En algunos casos por simple contraposición a la norma prefijada, en otros casos de manera explícita.

Doña Norma, por su parte, es la persona que vive con apasionamiento la tarea de educar, acompañar y enseñar, y que se emociona cuando verifica que los chicos y chicas que alguna vez pasaron por sus aulas y ámbitos de influencia, regresan para agradecer y recordarle lo importante que fueron esos momentos en su posterior vida adulta y de trabajo. Doña Norma es mucho más que una docente o maestra, ¡es una servidora de la educación! Su misión en la vida es asistir y ayudar a través de la tarea de educar, en la disciplina que sea, y disfruta acompañando a niños y niñas en la tarea de explorar y descubrir el mundo, haciendo más inteligible para ellos el entorno de personajes, símbolos, hechos e instituciones.

Doña Norma no es una militante política, ni está sindicalizada, ni siquiera es una defensora de minorías, de la misma manera que Doña Rosa no lo era. Solo es una persona sencilla, con una vida rutinaria, realizando con dedicación una tarea que ama, y pidiendo al resto que la dejen hacer su trabajo en paz. Es curioso como, al describir lo que sería una vida sencilla, ordinaria, nuestra mente enseguida categoriza a esa vida como mediocre. Por suerte, a Doña Norma eso poco le molesta, pues su recompensa está en su rutina y oficio, y no en el qué dirán. En su hacer cotidiano dentro de la escuela obra con criterio, paciencia y dedicación, aplica altas dosis de sentido común y disfruta curioseando y aprendiendo nuevas cosas. No es una tecnófila, ni mucho menos una early adopter de las nuevas tecnologías aplicadas al proceso de enseñanza-aprendizaje, pero disfruta viendo experimentar a sus alumnos. Además, posee la confianza y autoestima suficiente para dejarse enseñar por los mismos alumnos en el uso de las mismas. 

Para que el trabajo de Doña Norma logre buenos resultados en el tiempo, necesita normas claras y de cumplimiento efectivo. Doña Norma es, en algún sentido, un ‘diseño’ particularmente concebido para generar determinados resultados dentro de un espacio normativo cuidadosamente diseñado y refinado. Por lo tanto, la figura de Doña Norma es inseparable de la norma. Sin norma, no hay Norma. O, dicho de otra manera, sin norma, no hay gobierno del proceso de enseñanza, ni predictibilidad en los actos de los involucrados, y la rutina de Norma ya no resulta útil, o suficiente. Podrán subsistir aprendizajes, pero en una dirección aleatoria, y no en la dirección preconcebida.

El maridaje entre norma y Norma es claro, y la gobernabilidad del proceso educativo escolar entra en conflicto cuando se produce su divorcio, o por falta de normas, o por ausencia de Norma.

Un colega argentino siempre cuenta la siguiente anécdota, que encuentro sumamente iluminadora. Resulta que, un alumno extranjero, cuyos padres habían sido trasladados por trabajo a la Argentina, se incorporó al ciclo secundario de una escuela pública típica. Desde el mismo momento de ingreso, el niño debió lidiar con el problema de las normas. Le decía a mi colega: ‘…Cuando suena el timbre, no sé muy bien qué debo hacer. Miro a mis compañeros, y unos siguen jugando a la pelota, otros se quedan conversando en el patio, algunos ingresan al aula, mientras otros van al baño a lavarse las manos y la cara… La maestra no dice nada. O, mejor dicho, siempre dice lo mismo, pero las acciones de los chicos nunca se modifican. Por lo tanto, no me queda claro qué debo hacer yo, qué es lo correcto, lo esperable. En el colegio donde yo estudiaba, cuando sonaba la campana, todos automáticamente ingresábamos al salón de clases…’. Es claro, ¿no? La ausencia práctica de normas, ya sea porque no existen o bien porque no se cumplen, genera dudas y acciones aleatorias. En el proceso, no solo se cuestiona la tarea y autoridad de Doña Norma, quien es percibida por los alumnos como una norma más, sino que se entorpece o ‘ensucia’ el proceso de enseñanza y aprendizaje. Sin la escuadra de la norma, a Doña Norma se le va apagando lentamente la llama, hasta su extinción total. Finalmente, las normas subsisten solo en forma de escritos que nadie cumple, y una persona adulta ocupa el lugar de Doña Norma, pero sin su pasión, ni paciencia, ni amor, ni genuino interés por el aprendizaje y crecimiento de los chicos. ¿Le suena?