JUAN MARÍA SEGURA

La culpa no es del chancho

Por Juan Maria Segura


La histeria y virulencia que ha tomado la escena pública a raíz del conflicto docente (paros, acusaciones, conferencias de prensa, conciliaciones y desobediencias, peleas en los medios, desplantes, intrigas, ¡muchas intrigas!), a pesar de que aún no muestra visos de solución, ya me habilita a sacar algunas conclusiones con cierta confianza. Al volcarlas en negro sobre blanco, no pretendo animarlo a que acuerde con ellas, sino que deseo tomar posición desde un lugar concreto, que espero colabore a dimensionar el intríngulis que, como sociedad, tenemos entre manos.

Lo que enlistaré a continuación son algunos errores o principios que creo están siendo impropiamente juzgados, a saber:

1. Que a la política le importa la educación pública. Primer error. La política con “p” chica no saca ningún beneficio de la educación, dado que una y otra operan en tiempos diferentes, y se alimentan de lógicas contradictorias. La buena política es generosa, concede, comprende y se acomoda (en campaña, hasta niveles irrisorios), mientras que la buena educación exige e impone normas y códigos de conducta, establece agentes y sistemas de control y discrimina a través de los sistemas notariales y clasificatorios.

2. Que el docente es una categorización homogénea. Error n° 2. Hay casi 1 millón de profesionales de la educación pública, entre los que hay tanto buenos trabajadores como vagos impresentables, tanto honestos como tramposos, tanto anticuados como modernos, tanto apasionados como desinteresados. El problema no son nunca todos, así que hablar del ‘docente’ es una entelequia poco conducente a los efectos del debate.

3. Que un ministro puede cambiar el curso de los acontecimientos de la noche a la mañana. ¡Qué pavada! Si fuese cierto, entonces habría que rotarlos cada 3 meses, hasta dar con el adecuado. Ni antes Sileoni, ni ahora Bullrich, ni los que vendrán, aun cuando tengan las ideas y el coraje suficiente, podrán resolver con buena gestión lo que el diseño jurisdiccional y normativo del sistema educativo argentino impone.

4. Que, en la escuela, si no hay paros, se aprende. Qué raro, pues PISA, ONE, SERCE, TERCE (y pronto los resultados del operativo Aprender) nos indican todo lo contrario. La escuela pública está obrando, en el mejor de los casos, como un gran depósito de chicos, en parte, porque así fue pensada y operada en los últimos años.

5. Que pagar por la educación de los hijos es un pecado. Resulta que ha aparecido una nueva categoría de ciudadanos perversos y corruptos, que ¡pagan para que sus hijos reciban mejor educación!, siendo los principales responsables de la privatización de la educación. No hay duda que la estupidez no tiene límites en esta Argentina. ¿Acaso, como sociedad, no estamos pagando todos, vía impuestos, por una educación pública vergonzosa? Pobres aquellos padres que, sin tener los recursos suficientes, están haciendo el esfuerzo de sacar a los chicos de esas escuelas ‘gratuitas’ que no funcionan, pagando por lo mejor que pueden para sus hijos.

A todos estos errores, que los clasificaría como genéricos y aplicables a cualquier momento del año, le sumaría los errores siguientes, que son propios de la disputa que tiene bloqueado el inicio del ciclo escolar en las escuelas públicas de casi todo el país:

6. Que el salario es lo que está en discusión. Mentira. El salario es la pantalla que oculta la verdadera intención de los bloqueadores, que están jugando a la política electoral pensando en las elecciones legislativas de octubre próximo. No digo que los docentes de los sindicatos movilizados ganen bien, pues en nuestro país los salarios llevan una década perdiendo contra la inflación, en especial el salario del empleado público. Pero lo que está en disputa en esta contienda es otra cosa.

7. Que sin este paro estaríamos mucho mejor. Que ingenuidad. Los docentes de la provincia de Buenos Aires faltan a clase, en promedio, un 30%, lo cual representa unos 2,5 meses del calendario escolar.  ¿Qué son 2 o 5 días frente a este agujero negro que tiene el sistema, ampliamente reconocido por quienes se preocupan por indagar en el tema? Si los chicos no aprenden, en parte, es porque sus docentes no asisten a clase muchos, muchos días. Punto.

8. Que los voluntarios son un buen recurso para sortear el problema. No tengo claro si esta conducta es más ingenua que hipócrita. Es infantil pensar que la buena voluntad de 60 mil personas puede ayudar a resolver el problema. Si los docentes de todos los niveles, jurisdicciones y disciplinas son lo más importante y preciado que tiene el sistema (muchos se llenan la boca con esta declaración), ¿a quién se le ocurre que su tarea pueda ser reemplazada por gente que, como gran activo, ofrecen buena voluntad y un poco de tiempo? He leído tweets enviados a la Gobernadora Vidal ofreciendo ayuda. ¿En qué están personando esas personas, de verdad?

9. Que dándole aire en los medios, el debate educativo mejora, se refina, se hace más informado. ¿Acaso así ocurrió? Los medios viven de la audiencia (y los auspicios), y la educación no paga. Esto me lo confesaron varios periodistas, que en algún momento han querido impulsar debates educativos más allá de los conflictos y colapsos coyunturales, y siempre han recibido la espalda de la audiencia.

10. Que la culpa es de Baradel, y a él debemos direccionar todos nuestros enojos y malos pensamientos. Nunca la culpa es del chancho, sino del que le da de comer. El sindicalista es el emergente circunstancial de un diseño normativo sindical estructural que, bajo el argumento de defender los derechos de los trabajadores de la educación, es capaz de someter al sistema y a los chicos toda vez que así lo desee. Ocuparse del Baradel de turno no significa discutir con él en los medios, sino atacar al problema de origen, que es la normativa sindical: financiamiento y libertad de afiliación. Me pregunto qué político querrá cargarse con esta batalla épica.

Nuevamente, no pretendo que esté de acuerdo siquiera en ninguno de estos puntos. Sin embargo, los ofrezco para que, al discutir este asunto, ahora o en el futuro, podamos al menos definir qué estamos discutiendo.