JUAN MARÍA SEGURA

La discriminación que los adultos podemos evitar

Por Juan María Segura


En la mayoría de las provincias argentinas, hoy lunes 01 de marzo da inicio un nuevo ciclo escolar. Un ciclo cargado de expectativas, temores y dudas, tal vez como nunca antes. Ni los movimientos gremiales más combativos, ni los alumnos más militantes, ni las negociaciones salariales más desencontradas, pudieron jamás hacer con el inicio escolar lo que esta pandemia. Protocolos interminables, estaciones de higienización a cada paso, procesos insólitamente complejos y cambiantes, toda una parafernalia logística propia de una fábrica mal diseñada, inconsistente con el espíritu festivo que debería rodear el acto de aprender.

Coincidentemente, esta jornada local se encuentra por primera vez en el calendario con la celebración internacional del día de la discriminación cero, una fecha instituida por Naciones Unidas en 2013 para luchar contra todas las formas de discriminación creadas por ley o cultura. El lema de dicha celebración para este año es ‘poner fin a las desigualdades’. Es oportuno, por lo tanto, que reflexionemos como sociedad de qué manera esta escuela que hoy abre sus puertas, en la forma en la que finamente pudo, es capaz de hacer su aporte en esta lucha contra las desigualdades. Y, yendo un poco más allá del acto escolar, cuál es el aporte que los adultos pueden hacer en este proceso, siendo que docentes y autoridades escolares estarán avocados a ‘administrar´ esta nueva complejidad.

Se sabe que la escuela posee varios objetivos: que niños y niñas sociabilicen y hagan amigos, que incorporen rutinas y se vuelvan virtuosos, que reconozcan un pasado común y adhieran a la idea de vivir pacíficamente en comunidad, que desarrollen carácter y se vuelvan progresivamente más responsables. Sin embargo, el objetivo principal por antonomasia de la escuela, derivado de su mandato fundante, es que niños y niñas aprendan. O, mejor dicho, que aprendan a aprender. O, inclusive, yendo más a fondo aún, que se entusiasmen con la idea de aprender siempre, durante toda la vida, más allá de la experiencia escolar.

El aprendizaje, y no tanto la enseñanza, es la quintaescencia del proceso escolar, pero también lo es de la vida de cualquier ser vivo. Las flores aprenden a mostrarse atractivas con sus formas, colores y fragancias para atraer a sus agentes polinizadores, los peces aprenden a nadar corriente arriba para desovar allí donde las aguas son más calmas, y los hombres aprender las formas más originales de trabajos y oficios para proveerse alimentos, vestimenta y una forma de vida digna. El aprendizaje otorga a los seres vivos adaptabilidad y nos permite a los seres humanos vivir y sobrevivir a la vez. En una sociedad agrícola del pasado, hubiese sido impensable organizar un modo de vida familiar que no incluyese la producción del propio alimento. Hoy en día, con el 70% de la población mundial viviendo en mega metrópolis, muy pocos cultivan su propio alimento, y así y todo viven y sobreviven. Cada tiempo tiene su complejidad, cada época impone formas de vida particulares, y demanda medidas para sobrevivir, cada entorno nos invita a dialogar de una manera peculiar.

Aprender es mucho más que saber para una prueba, aprobar un trimestre escolar o pasar de grado. El aprendizaje permite indagar, ayuda a hacer mejores preguntas, densifica nuestras conexiones neuronales, enriquece el lenguaje y nos genera mayor intimidad con la complejidad y con el entorno. Un niño que utiliza muchas palabras para expresarse, sea porque es un gran lector, un gran estudiante, un gran observador, o el último hijo de una familia numerosa muy tertuliera, está en mejores condiciones que otros para dialogar son su entorno cultural y tecnológico.

Que la escuela enseñe poco y mal a nivel agregado es un grave problema, pues se abre la puerta a un proceso peligroso de desigualdad y progresivo de discriminación. Solemos echar la culpa de casi todos los males de nuestro país a la política y a la escuela, a la primera por inmoral y a la segunda por inoperante. Sin embargo, no debemos olvidar que los adultos también podemos entusiasmar a nuestros hijos con la idea de aprender, más allá de lo que haga la escuela.

Antes de la pandemia tuve la oportunidad de dirigir un equipo de rugby de jóvenes que estaban en edad escolar. En una oportunidad, antes de jugar un partido de esos ‘picantes’, los reuní delante del vestuario e invité a que piensen en ese momento como si fuesen una hoja en blanco a punto de ingresar a imprenta. ‘Imaginen que quieren leer en esa hoja en unas horas, y vayan a escribirlo con coraje, dedicación y pericia’, les indiqué. Creo que todos los adultos estamos ahora en la misma situación. Todos tenemos una hoja en blanco sobre nuestros escritorios que se llenará con aquello que finalmente hagamos para entusiasmar a nuestros hijos con el aprendizaje. La escuela se ocupará de una parte del proceso, solo de una parte, que será volcada en los boletines y cuadernos de notas. El resto lo deberemos hacer los mayores. 

Estamos parados al inicio de un proceso escolar que arranca ‘picante’, como aquel partido de mis dirigidos, y que en 9 meses nos entregará un escrito que nos hablará de este tiempo complejo, cambiante, errático. ¿Qué querremos leer en ese escrito? Los padres y las madres de esos niños y niñas que hoy inician el proceso de la ‘protoescuela’, ¿qué aporte harán para que esos escritos cuenten una historia positiva, una trayectoria en donde los aprendizajes hayan sido protagonistas, más allá de las fallas sistémicas de una escuela anticuada que no para de mirarse el ombligo?

Es necesario que los adultos tomen conciencia de la enorme capacidad de impacto que poseen en la experiencia de aprendizaje de sus hijos o menores a cargo. No todos somos docentes, pero todos podemos ayudar a entusiasmar a los niños con el aprendizaje. ¿Con el aprendizaje de qué? Lo mismo da, ¡esa es la cuestión! El problema, al final del día, es que debemos sacarnos de encima el bozal cultural que nos indica que aprender unas cosas está bien, y aprender otras está mal. ¿Quién lo dice? ¿Quiénes pretenden imponerlo? La curricular escolar oficial, por duro que suene escribirlo, tiene los años contados en un mundo en red. Cuando no haya más currícula escolar, cuando los NAPs no sean más que una referencia del pasado, cuando las trayectorias escolares individuales basadas en la personalización de los aprendizaje sean la moneda corriente del sistema, ¿qué salvará a nuestros jóvenes que no sea el entusiasmo por seguir aprendiendo?  

Trabajar juntos con nuestros hijos en el llenado de una hoja en blanco a lo largo de este 2021 puede ser un proyecto estimulante para ellos, y revelador para nosotros. Y si para iniciarlo solo estábamos esperando que largue el ciclo escolar, pues entonces ¡adelante! Es el mejor aporte que podremos hacer para colaborar a que en nuestra sociedad haya menos desigualdad y discriminación.