JUAN MARÍA SEGURA

No enfrentamos un problema de aprendizajes

Por Juan María Segura


El giro repentino de los acontecimientos en el mundo como consecuencia del coronavirus enfrenta a la humanidad a una experiencia a escala novedosa, inédita. No hay registros históricos de una situación tan repentina, global y paralizante a la vez. Es mucho más que el sueño más delirante de un Gran Hermano planetario. De locos, pero así estamos… Y así estaremos por un tiempo.

El sistema educativo mundial se ha visto sorprendido al igual que todas las otras actividades del ser humano. Y mientras hace su propio proceso de adaptación, a los manotazos y a las apuradas, lamenta no haber hecho los deberes cuando el tiempo no apremiaba. Que paradoja, un mecanismo institucional especializado en dar tareas, cogido con la tarea sin hacer. Un sistema educativo mundial de base presencial (por las razones que fuere, eso es harina de otro costal), no se convertirá de la noche a la mañana en un sistema de enseñanza a distancia. Simplemente, no ocurrirá. Es un deseo tan infantil e ingenuo como el del alumno que cree que alcanzará para aprobar con hacer en noviembre lo desatendido durante todo el año.

Es así como, de pronto y sin pedir permiso, y luego de unas prolongadas vacaciones de verano (es importante recordar que en Argentina tenemos uno de los ciclos escolares más cortos del mundo…), resulta que todos nuestros hijos e hijas en edad de educación obligatoria están entre cuatro muros apiñados con sus padres y madres, mañana, tarde y noche, mientras son asistidos de una manera improvisada y atada con alambres por sus enseñadores presenciales.

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo se banca esta parada? ¿Es grave la situación en términos de los aprendizajes que se ponen en riesgo? ¿Hay que prepararse para la coyuntura o para la estructura? Veamos.

Los niños y niñas que deberían estar en la escuela, y que hoy están en nuestras casas, pertenecen en una gran proporción a la generación de los centennials o Z, y en una medida pequeña a la generación de los alpha o T. Los centennials nacieron aproximadamente entre 1998 y 2012, así que desde segundo grado de la escuela primaria hasta el final de la escuela secundaria son todos Z. Por lo tanto, sería esperable que, comprendiendo algunas características comunes de dicha generación, tal vez podamos responder con algún grado de confianza las preguntas que nos hicimos antes y que tanto nos inquietan.

Los Z son independientes, autónomos, reflexivos, responsables, determinados y poseen una mente abierta. Esto indican muchas investigaciones sobre sus conductas. Usted diga lo que quiera de sus hijos o sobrinos, pero las evidencias globales indican eso. Se informan mucho de lo que pasa en el mundo, y también de las cosas que los afectan a ellos en particular. Es así como muestran mayor conciencia del riesgo de las cosas que hacen daño (consumen menos alcohol, utilizan más el cinturón de seguridad), una gran conciencia ecológica (45% eligen marcas eco-amigables) y ofrecen mejores índices en dimensiones críticas de los adolescentes (-40% de embarazos, -38% de consumo de sustancias nocivas, +28% de graduación escolar en tiempo). Además, 41% asiste regularmente a ceremonias religiosas, en comparación con un 18% de los Y, 21% de los X y 26% de los boomers. Por lo tanto, cuidado cuando hacemos referencia a estos chicos, que tal vez sean quienes salven el planeta y resuelvan los problemas que los más grandes hasta el momento no hemos logrado arreglar. Están conectados todo el día, sí, pero, entre otras cosas, para ver como resuelven nuestros entuertos.

No hay dudas que los Z tienen mucho empowerment y capacidad autoorganizativa. ¿De dónde la sacan? Básicamente, del dominio que poseen de las habilidades digitales, y de la certeza que tienen de que se pueden mover sin editores ni intermediarios en el mundo de los consumos digitales. Son especialmente virtuosos en esta capacidad, si aceptamos que a una virtud la desarrolla la intencionalidad (deseo) y la repitencia (acción cotidiana). El tiempo que pasan conectados (74% pasa más de 5 horas diarias), el consumo que hacen de videos en línea (71% miran más de 3 horas diarias), el uso diario que hacen de plataformas como YouTube (90%) y redes sociales (80%), los convierte en virtuosos (o viciosos, dependiendo de cómo los queramos juzgar, comprenden).

Esa virtud (o vicio) de navegar, consumir, informarse, participar, modificar hábitos y conductas, experimentar y producir (25% sube videos semanalmente, 20% sube ensayos en el mismo tiempo), ¿qué nos está indicando? Básicamente, una cosa: su vínculo con el aprendizaje. Los Z son expertos aprendices, y esa trayectoria la han realizado sin nuestra ayuda ni concurrencia. No lograron ser diestros aprendices gracias a la escuela y a los adultos, sino a pesar de ellos. Han aprendido a usar herramientas, a seleccionar fuentes de información confiables, a interpretar datos y estadísticas, de una manera realmente sorprendente. A su vez, han desarrollado ámbitos de validación de ideas y datos, comunidades virtuales de pares, lenguajes, vocablos y dibujitos, que les han permitido generar sus propios sistemas clasificatorios (social tagging), que los ha puesto en movimiento de una manera direccionada y coordinada.

Estos expertos en el arte de aprender, que solo tienen entre 4 y 8 segundo de intervalo de atención, que rechazan a editores e intermediarios, que desean estar donde las cosas pasan y no donde les indican que deben estar, y que usan intensivamente la tecnología sin poseerla, no verán dañada esa capacidad de aprendizaje tan distintiva frente al flagelo del coronavirus. Diría, todo lo contrario. Dado que estarán mucho más tiempo conectados, producto de las cuarentenas y los confinamientos forzados, seguramente avancen sobre nuevas temáticas y áreas de dominio, sin que siquiera los más grandes lo sepamos. Un Z promedio que utiliza YouTube 4 horas por día desde los 6 años, a las 13 años ya completó las 10 mil horas que dicen que se necesitan para ser un experto. ¿Ahora comprender mejor por qué los youtubers aparecen en escena a los 15 años de edad?

El punto de todo este desarrollo es que el coronavirus no puso en jaque a la calidad de los aprendizajes de los niños y las niñas de todo el mundo que ahora no pueden ir a las escuelas. Tranquilos, que los Z seguirán aprendiendo, porque saben y porque quieren.

El problema no son los Z ni sus aprendizajes, sino el sistema educativo como diseño y como política. Si este experimento forzado de ‘cuasi ausencia’ de la escuela redunda en aprendizajes de calidad equivalente, entonces tenemos un problema enorme que afecta en Argentina a 1 millones de docentes, 60 mil instituciones, 12,5 millones de aprendices y 6 puntos del producto bruto interno. ¡Eso sí es un debate!