JUAN MARÍA SEGURA

Ok, volvamos, pero no de cualquier manera

Por Juan María Segura


Vivimos días de confusión y apuro en este febrero 2021, corriendo detrás de protocolos escolares calentitos recién sacados del horno, mientras nos alistamos para iniciar un ciclo escolar atípico. Dentro de una atmósfera cargada de tensión y de ansiedad, los arreglos de último momento resultan evidentes, confirmando que no solo los actores escolares sino la sociedad toda va decidiendo sobre la marcha. Tal vez el Covid19 no hizo más espontáneos y menos planificadores… (Ponele, diría mi hijo de 9).

Lo cierto es que he recibido muchas consultas de medios, solicitando mi impresión sobre el asunto. Claro que lo que luego se publica en los medios, salvo cuando la salida es en vivo, resulta solo un pequeño recorte de argumentos que poseen mayor desarrollo. Es por ese motivo que aquí deseo ofrecer el resultado de una entrevista completa realizada días pasados, de la que apenas se publicaron un par de comentarios.


De dónde venimos…

El año 2020 fue un gran fracaso en materia escolar, tanto en Argentina como en todo el mundo. No se logró desplegar el plan de trabajo que todas las escuelas tenían diseñado para la presencialidad y, en reemplazo, se improvisó un sistema de escolaridad distante forzada poco estimulante, poco atractivo y, naturalmente, como eficaz. Los chicos aprendieron menos aún que en el formato tradicional.

No caben dudas de que la falta de rutina en los chicos impactó negativamente en la capitalización de los aprendizajes escolares, dado que la rutina escolar no pudo ser sustituida por otras rutinas o actividades equivalentes, fruto del encierro forzoso al que fueron sometidas no solo la escuela, sino prácticamente todos las instituciones. En reemplazo, los niños desplegaron usos alternativos del tiempo sin mucha vinculación con los propósitos de la escuela y sin una concepción ni sistémica ni holística. Aprendieron, sin dudas, pero otras cosas.

Más allá de la percepción de médicos y expertos, es difícil saber de qué manera (mucho o poco, transitoria o permanentemente) impacto el uso intensivo de las pantallas realizado por los niños, ya que las nuevas generaciones de jóvenes nacieron en un entorno de saturación digital, y la pandemia solo lo hizo más evidente. Para un niño, la tecnología es como el agua para el paz, está, es. Es entorno, es matriz, es flujos, es continuidad, es conversación, es humor, es sentido. Tal vez los adultos deberíamos meter más nuestras narices dentro de ese mundo, si lo que deseamos es juzgarlo con mayor precisión.


En dónde estamos parados…

Que los niños tengan temores e inseguridades es esperable, dada la discontinuidad abrupta del hábito diario y semanal de la escolaridad presencial. El mismo temor que tiene un niño que aprendió a andar en bicicleta, que lo disfrutó, que luego pasó mucho tiempo sin hacer eso que disfrutaba, y que finalmente tuvo la oportunidad de retomar. Al volver a la escuela presencial, los niños enfrentarán temores por hacer las cosas bien, temores por sentirse cómodos nuevamente haciendo las cosas con otros, y temores por estar expuestos todo el tiempo, más allá de lo que se muestra a través de una cámara o pantalla. 

Imagino la vuelta al aula con mucho entusiasmo por retomar el contacto con pares y docentes, con algo de temor por la cuestión lógica de los contagios, y con algunas angustias producto del insólito tiempo de encierro y aislamiento al que fuimos sometidos todos durante la cuarentena.

Los adultos pueden ayudar desde la casa, hablando del tema con anticipación, y trabajando sobre todo en el fortalecimiento de la autoconfianza. Para ello, un buen ejercicio es hacer leer diariamente en voz alta a los niños, acomodando la extensión y complejidad del texto a cada edad, y haciéndolo de una manera progresiva.


Hacia dónde vamos…

Las rutinas escolares de la presencialidad se restablecerán una vez que la escuela abra sus puertas. Por lo tanto, es importante trabajar desde el hogar con los niños, anticipando el advenimiento de un tiempo más estructurado, más ordenado, bien diferente al tiempo que se vive durante las vacaciones, y por supuesto al que se vivió durante el año anterior. Si bien el tiempo escolar genera restricciones e impone hábitos y rutinas que inicialmente incomodan y fuerzan adaptaciones, los niños finalmente terminan beneficiados operando dentro una estructura con mayores límites.

Creo que es importante que los chicos vuelvan a las aulas porque se discontinuó de una manera abrupta y sin el consentimiento de nadie una rutina necesaria tanto para los chicos como para los adultos y para toda la sociedad. La escuela, cuando funciona adecuadamente, en el formato que sea, es una rutina virtuosa que permite a los alumnos dominar lenguajes y herramientas que los ponen en diálogo con su entorno de problematizaciones y oportunidades.

Aconsejo la vuelta a una experiencia escolar en donde los chicos aprendan, forjen su personalidad, adhieran a valores colectivos y se entusiasmen con ciertos hábitos por sobre otros. Si en la presencialidad esos objetivos se cumplen como no se cumplen en otros formatos, pues entonces que abran las puertas de las escuelas y se retome la rutina escolar.


Qué aprendimos…

Durante este proceso aprendimos que el sistema escolar carece de un plan alternativo de juego. Y también volteamos la cabeza y reconocimos la cantidad de recursos pedagógicos y plataformas digitales de gran calidad y de acceso gratuito que nos ofrece la época y la nube. Atando ambas puntas, sería deseable que, finalmente, puedan surgir modelos alternativos de educación a distancia adecuadamente diseñados, pensados para situaciones de emergencia y para un aprendiz más idóneo en el uso de las nuevas tecnologías. Para sostener entusiasmados a nuestros hijos con la experiencia de aprender, debemos diseñar rutas y recorridos digitales alternativos para que esa experiencia nunca se discontinúe.