JUAN MARÍA SEGURA

Phigital

Por Juan María Segura


El reclamo de la presencialidad escolar es unánime. La presión social es clara y en una única dirección en favor de este tradicional y reconocido formato institucional de enseñanza masiva: se reclama que niños y niñas pasen la mayor parte de la semana bajo la tutela de docentes y directivos educativos. No están claros los motivos de este reclamo, viniendo de dónde venimos (la escuela pre pandémica y sus aprendizajes fallidos…), aunque se puede especular: en los hogares los alumnos aprenden con cuentagotas, en el mejor de los casos. No se sabe muy bien lo que ocurre en las escuelas, pero eso que ocurre en los hogares seguro no sirve. Mejor allá que acá, parece ser la conclusión. Me pregunto si el reclamo de la presencialidad es conveniente, si reclamarla de esta manera es virtuoso para la sociedad, más allá de que a muchos provoque un alivio transitorio. 

Que la vivencia de la escolaridad distante forzada fue un tremendo fracaso, de eso no hay dudas. La escuela no solo no estaba preparada para la virtualidad, sino que, además, reaccionó mal frente al confinamiento impuesto por el ASPO, implementando una forma de hacerse presente a la distancia que no funcionó. Fallaron las prácticas de los docentes, fallaron los proyectos institucionales de las escuelas, y fallaron las autoridades, creando una ingeniosa maraña de protocolos y normativas más asfixiantes aún. Una macro descoordinación sin diseño ni entusiasmo, aunque angustiante y voluntariosa, que solo permitió concluir equivocadamente que la virtualidad no es conveniente. Me pregunto si la escolaridad distante forzada era la única forma en la que el sistema podía reaccionar. Y lo pregunto mirando hacia adelante, no hacia atrás. Me interesa el futuro, no los culpables del desarreglo.

De tanto que se extendió esta situación, en nuestro país, pero también en otros sistema de la región, tuvimos la oportunidad de discutir algo sobre educación hibrida o blended learning. Muy superficialmente, pero llegamos a tocar el tema, abriéndole la puerta a la época, a algunas tecnologías educativas útiles, a algunas pedagogías novedosas, a algunos formatos que llevan algunos años mostrando indicadores de aprendizaje estimulantes. Tuvimos que hacer doble click en conceptos como clase invertido o flipped classroom, gamification, pbl o similares, para entender de qué trataban. Nos vimos forzados a diferenciar una plataforma de enseñanza, de un repositorio de contenidos digitales, de un ecosistema de recursos educativos, de una simple herramienta de video conferencia como el Zoom. Me pregunto, sin embargo, si llegamos a comprender en profundidad el debate que tenemos entre manos.

La presencialidad escolar como nuevo clamor popular, la escolaridad distante forzada como macro error del que todos fuimos un poco cómplices, y la virtualidad educativa presente en una pequeña proporción del debate blended que al menos rascamos en la superficie, tal vez nos permitan avanzar sobre la comprensión de un nuevo término, de un nuevo concepto, denominado phigital.

Producto de la fusión de 2 términos o conceptos, físico (que posee entidad en el universo tangible) y digital (con entidad en el universo digital), se denomina phigital (o fígital, fusionando los términos en castellano) a la presencia de una misma persona tanto en el mundo físico como en el digital. Esta definición posee el mérito no solo de unir comportamientos que ocurren en universos tan disímiles bajo un mismo sombrero o identidad, sino que además acepta que una parte de lo que somos, lo somos por aquello que hacemos en el mundo digital. De pronto, jugar en línea, por mencionar una de las cosas que hacemos en la nube, nos define más de lo que creemos. De pronto, estar conectado es mucho más que una pérdida de tiempo. O, en todo caso, es tanto una pérdida de tiempo como estar haciendo cualquier actividad en el universo físico.

Algunos creerán que este concepto es un simple juego de palabras sin mayor trascendencia. No los culpo. Las revoluciones como la que vivimos se consuman a partir de emergentes que muy pocos reconocen como tales cuando nacen, pero que luego terminan imponiéndose por peso propio. Cuando nació internet en los Estados Unidos, en 1993, me animo a afirmar que ningún intelectual de Latinoamérica proyectaba que para el año 2021 tendríamos al 72% de la población de toda la región navegándola más de 7 horas por día. Cuando conocimos Youtube, en 2004, nadie pensada que 17 años más tarde estaría siendo el repositorio de tutoriales gratuitos más disruptivo de la historia del aprendizaje universal. Cuando nació el IPhone en 2007, pocos pensaban que a los pocos años las ventas de esos aparatos alcanzarían al 20% de la población mundial cada año. Cuando en 2009 se dio a conocer el protocolo blockchain, ni el pensador más osado imaginó que 12 años más tarde el mundo ya estaría utilizando más de 8 mil criptomonedas diferentes. Emergentes que recibimos con simpatía, pues pensamos que no afectarán nuestras vidas, hasta que nos rodean.

El nacimiento del hombre/mujer phigital es un claro emergente de la época de la cultura digital. Somos lo que hacemos, pensamos y anhelamos, y eso incluye lo que ocurre en estos 2 grandes universos, el físico de la ‘presencialidad’ y el digital de la ‘virtualidad’.

Esta nueva identidad, claro está, nos alcanza a todos en prácticamente todos los órdenes de nuestras vidas. Somos, en parte, los likes que entregamos, las noticias que compartimos, los videos que reproducimos, las estrellas que seguimos, las marcas que aclamamos, las plataformas en las que navegamos, los juegos en línea que jugamos, los streamers con los que nos reímos, las podcasts que nos acompañan mientras caminamos, y las tiendas online que chusmeamos. Somos, en parte, los memes que circulamos, los emojis que utilizamos, la pornografía que escondemos, las plataformas de citas en donde tenemos perfiles activos, y las causas que alentamos o rechazamos. Somos, en parte, los portales de noticias que visitamos, las noticias que leemos y las que obviamos, y los comentarios con los que criticamos, juzgamos o jugamos en las redes. Somos, naturalmente, las horas, los días, los lugares y la intensidad con la que nos conectamos cada vez. 

El sistema educativo debe entender y aceptar que sus alumnos son phigital, tanto como lo son sus docentes, directivos, inspectores y funcionarios públicos. La generación Z ya tiene internalizado que posee esta doble identidad. O, mejor dicho, que posee esa identidad única, que es dual y se complementa con vivencias de ambos mundos. Los Z, y no tengo dudas que las generaciones siguientes también, están esperando que les diseñemos y ofrezcamos un sistema que los trate de tal manera, phigital, en donde puedan ser integradas las vivencias y experiencias tanto del mundo físico como del mundo digital. ¿Sabremos hacerlo? ¿Podremos hacerlo? ¿Querremos hacerlo? Mientras más posterguemos este debate y sus aceptaciones que la época impone, como nuestra nueva condición phigital, nuestros alumnos y alumnas seguirán rechazando nuestros diseños y propuestas.