JUAN MARÍA SEGURA

Prólogo del…¡Mi(ni)sterio de la Educación!

Por Juan María Segura


En una maravillosa imagen de Mafalda, ese personaje que desde siempre nos interpela como sociedad, se lee la siguiente frase: ‘Entonces, eso que me enseñaron en la escuela…’. La fase es de junio de 1966 y hace referencia a un hecho político puntual de ese momento coyuntural argentino. Tal vez sin siquiera proponérselo, Lavado nos estaba regalando aquí una (otra) lección de esas que perduran: que la conexión entre la escuela y la vida cotidiana a veces no es tal.

Han pasado más de cincuenta años desde esa imagen, y a pesar de que las circunstancias son diferentes, la desconexión entre la escuela y su entorno vuelve a traernos esa carita angustiada de Mafalda, esa frase incompleta, esa incomprensión tan infantil como profunda, esa pregunta que nos interpela. Conectar a las instituciones educativas con el entorno y su problemática sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país, y me animo a afirmar que en la mayoría de los sistemas educativos de la región también. 

Encuentro imperioso que la discusión sobre educación en Argentina gane en profundidad y pierda en barullo. Que transformemos disputas en debates, negociaciones de corto plazo en visualizaciones de largo plazo, que el dato se imponga a la opinión, y que la argumentación doblegue al estado de ánimo. No pretendo que perdamos la capacidad de sentir, de palpitar, de que se nos aceleren las pulsaciones y nos transpiren las manos. Pero encuentro necesario que llenemos el intercambio de ideas sobre el sistema educativo de referencias más inobjetables, ahora que tenemos la suerte y oportunidad de disponer de más datos, métricas y prototipos, de aquí y de afuera del país.

También creo necesario juntar las piezas de lo realizado a nivel nacional por el gobierno de Cambiemos, ya cerca de cumplir un período a cargo del Poder Ejecutivo Nacional. Si los argentinos no cambiamos radicalmente nuestras preferencias y conductas, durante el año electoral 2019 discutiremos mucho de economía y empleo, y poco de todo lo demás. Sin embargo, todos los referentes políticos deberán decir algo sobre todos los temas, inclusive sobre los que no importan, como la educación. A su turno, habrá que hacer referencia al recorrido iniciado allá por febrero de 2016 con la Declaración de Purmamarca.

Estas reflexiones, por supuesto, no llegan ajenas a un estado de ánimo. O, mejor dicho, a un conjunto de estados de ánimo. Al final de cuentas, nadie logra ser todo lo objetivo que debería para analizar algo que ama, algo que le duele, algo que añora. Mi sentir no es ajeno a mi pensar, lo reconozco.

Por un lado, me invaden sentimientos de enojo y frustración. ¿Cómo puede ser que, cincuenta y tres años más tarde, la carita angustiada de Mafalda nos siga interpelando con una pregunta tan sencilla? ¿Cómo es posible que llevemos treinta y seis años ininterrumpidos de democracia, y que no hayamos hecho de la educación el mascarón de proa de una Nación más justa, inclusiva, equitativa y próspera? ¿En qué momento nos volvimos insensibles, a través de argumentos infantiles y actitudes impúdicas, frente a tanta pobreza y dolor ajeno? La situación me enoja como ciudadano y me frustra como educador. ¿Acaso todo da lo mismo? ¿Hasta cuándo?

Por otro lado, me invaden sentimientos de esperanza y optimismo. Durante estos años he conocido gente maravillosa dentro del sistema, que hace cosas extraordinarias en contextos de alta vulnerabilidad y grandes carencias, sin siquiera reclamarle nada a nadie. Educar en términos generales, o enseñar algo en particular, es un acto de amor y entrega que solo comprenden quienes de verdad lo practican. Esas personas existen de a cientos y miles, aún en esta Argentina empecinada en vivir eternamente en la edad de la pubertad. No están adecuadamente coordinadas, es cierto, y muchas veces están tapadas detrás de las normativas y regulaciones, invisibilizadas frente a las urgencias de los que gritan y amenazan sin modales. Pero existen, y su amor es tan grande, y su práctica tan dedicada, y su oficio tan certero, que me convencen de que la transformación es posible. Mientras ellos existan y sostengan su práctica, hay esperanza.

Finalmente, tengo sentimientos más neutros, más en el medio, que me obligan a ser prudente. Dejando de lado el determinismo que supuestamente nos arrastra hacia destinos y lugares inexorables (que nacimos para tal cosa, o que Dios es argentino, o que no tenemos solución), siento que lo que nos pasa es responsabilidad principalmente de nuestros dirigentes (educativos, políticos, sociales, empresariales, sindicales, comunicacionales, judiciales, y demás), y que la solución también está en sus manos.

Diseñar un sistema de instituciones educativas que dialogue mejor con la época demanda ideas originales, cierto, pero por sobre todo demanda una acción colectiva y coordinada de actores. Y ese juego siempre está por jugarse. Siempre estamos comenzando un nuevo tiempo, más allá de lo que diga el marcador. Eso me entusiasma como posibilidad, pero no me hace ajeno a los problemas de entorno, ni a la herencia del resultado parcial, llámese este pobreza, calidad de los aprendizajes, violencia o abandono escolar.

El libro El Misterio de la Educación, por qué hablamos tanto y pasa tan poco, del cual estas líneas son parte de su prólogo, es un viaje, pero un viaje misterioso. La educación, que todo lo puede y que todo lo transforma, nos tiene empantanados. Argentina, un país con un pasado glorioso, en gran medida gracias a sus educadores y sistemas educativos, navega a la deriva, o peor, conscientemente en una dirección equivocada. Los docentes, algunas vez arquetipos de una cultura aspiracional que habilitaba movilidad social, hoy están en el banquillo de los acusados, junto a dirigentes sindicales, políticos y a pendepadres.

¿Será 2019 un año transcendente o relevante para el debate educativo en Argentina? No lo sé. En todo caso, esta obra se suma a los argumentos para ponerse del lado de los que están dispuestos a colaborar con responsabilidad, con amor, con dedicación.

Educar es más un acto de amor que uno de escolarización, así que todos estamos llamados a impulsar su práctica. Si Argentina sigue siendo un proyecto colectivo, entonces adoptemos una actitud cotidiana y subsidiaria de ser educadores, y marchemos hacia el futuro. Para la alegría de las Mafaldas, que esperan eso de nosotros, los adultos.