JUAN MARÍA SEGURA

Símbolos que duelen

Por Juan María Segura


Furioso. Así me retiré del canal días pasados. Había sido convocado para hablar de un tema específico de educación, pero la coyuntura se terminó imponiendo. Esa coyuntura que nos avergüenza y atrae por igual, esa coyuntura que nos muestra preocupados, pero nos retiene estancados, esa coyuntura que decimos que no nos representa, pero a la cual le damos rating, likes y retweets. Los temas y métodos de siempre, tratados de la misma manera, acaparándolo todo, asfixiando la reflexión y el debate de temas más estratégicos, mas necesarios para el país.

Tuve la firme intención de plasmar por escrito esa experiencia y estado de ánimo en el mismo momento de llegar a mi casa. Pero algo me disuadió, afortunadamente, así que allí voy.

Reconstruyamos los hechos.

El viernes por la tarde me contactaron de la producción de un programa de televisión, invitándome a tratar temas educativos. Por un lado, estaba el tema de las negociaciones paritarias docentes, que siempre ponen en vilo a la sociedad por el inicio en fecha del ciclo escolar en todo el país. Y, por otro lado, estaba el tema de la cantidad de ingresantes extranjeros que se habían registrado en la Universidad de La Plata. De la producción me hicieron especial énfasis en este segundo tema, que aparecía como una novedad.

Si bien yo ya había cerrado mi semana de trabajo y estaba junto a mis hijos en la pileta, jamás dejo de prestar colaboración en estos debates. Quienes me conoce lo saben, quienes hablan conmigo así lo sienten. Siempre estoy disponible para una café, una salida al aire por radio, una conferencia, un encuentro con el hijo o sobrino del amigo. Concibo a la educación en un sentido amplio, y tengo el privilegio de vivir vocacionalmente su práctica. No soy un trabajador de la educación, como les gusta autodefinirse a muchos docentes, sino un educador 7 x 24, y por ello me tomo estas invitaciones en serio, con profesionalismo. Ir a hablar con los alumnos de último año del colegio del cual egresé hace más de 30 años tiene la misma importancia que salir al aire en un programa en la televisión abierta en el prime time. Por eso siempre estoy disponible para abandonar la pileta y sumar mi parecer. Acepté, por lo tanto, la invitación y me puse a preparar el tema.

Prepararse para sumar una voz informada e ideas inteligentes a un debate público es una costumbre poco habitual en nuestro país. Critico mucho a quienes hablan y opinan en un medio sin datos actualizados, utilizando conceptos confusos, valiéndose de ejemplos vagos. Amo debatir y confrontar argumentos, además de considerarlo una parte central de mi tarea. En las aulas en donde dicto clases, el debate informado e inteligente ¡es una condición imprescindible! Mis alumnos saben que les exijo compromiso en este aspecto, el mismo que yo les ofrezco. El proceso de debatir es tanto o más importante aún que el dato de quién tiene la razón. Hay muy, muy pocas verdades, y en general no están en juego en estas disquisiciones. Por lo tanto, hay que tomarle el gusto el proceso de debatir, que es un tránsito, una aventura de la que todos tenemos potencialmente tanto para tomar.

Así fue como me preparé para sumarme al debate. Leí las noticias educativas y columnas específicas de todos los portales de las últimas semanas, actualicé estadísticas, releí leyes, armé cuadros comparativos con datos de sistemas de la región, revisé mis últimos escritos sobre el tema, consulté blogs, vi algunos videos y entrevistas, e inclusive descargué algunos informes relevantes producidos recientemente por organismos internacionales. Estaba preparado para hablar del tema con fuerza y desde los datos y los hechos, estaba listo para que mis 2 minutos de participación o mis 2 comentarios (no tenía más expectativas, pues sé que de educación siempre se habla poco) sean claros y sumen una mirada informada, relevante. Llevé papeles y un anotador, para que nada quedase sin ser capturado. Me preparé, mucho, como siempre, como ante cada invitación que recibo.

Ya en el estudio del canal, mientras el resto de los panelistas iba tomando su lugar, me sentaron en un cómodo sillón, saludé a quién tenía a mi lado (un educado y amable periodista de larga trayectoria), y el programa comenzó su marcha.

Trascurrida una hora y media, sin que yo haya emitido un solo comentario, y sin que se haya hablado ni un segundo del tema para el cual había sido convocado, se me acercó la gente de producción al oído para indicarme que debía dejar el sillón, que ya no había tiempo de hablar de educación. Mi sorpresa fue total, mi enojo mayor. Con cara de pocos amigos, me despedí y abandoné los estudios.

¿Qué fue lo que pasó? La coyuntura ganó por goleada. La cultura puso de rodillas a la educación. Política y justicia, gremios y movilizaciones, dictadores y libertad de prensa, kirchneristas y macristas, unos y otros, la biblia y el calefón. Macri, Moyano y Maduro, discutidos sin datos, con chicanas y sarcasmos, en una suerte de tertulia-vale-todo. Con paciencia (pensaba yo antes de ser desalojado) llegaremos al momento en donde hablemos de educación y todo cobrará más sentido, no solo para los panelistas y televidentes, sino para mí. Pero no ocurrió.

Ya fuera del canal, consulté mi WhatsApp y comprobé que tenía un rosario de mensajes a tono con el debate caliente y tribunero que había testimoniado en primera fila: ¡Decile a esa que es una tal por cual! ¡Parate y tirales tal cosa! ¡Callalos a todos esos ignorantes de un grito! ¡Cerrales …! O sea, un espejo que amplificaba lo que en el programa se producía.

Ya tranquilo, no voy a sacar una conclusión de lo que no dije, pues lo reservo para cuando tratemos el tema. Sí veo útil sacar una conclusión de lo que viví: una tensión entre aquellos que somos, y aquello que convendría que fuésemos. Y esto, con gran impacto en la educación y en las estrategias de escolarización. Esa noche, Moyano le ganó a la universidad, el grito se impuso a la reflexión, la opinión al dato, el burlón al respetuoso, y el mamarracho al serio, mientras la mentira (que en Venezuela hay libertad de prensa y no hay crisis…) era vomitada sin pudor y entre sonrisas socarronas. La cultura es, entre muchas cosas, símbolos, y esa noche fue un gran símbolo de nuestra cultura, y dolió.

Pero siempre podemos cambiar, ¡siempre! Los países no se merecen, sino que se construyen cada día, en cada acto, en cada debate, en cada imagen, inclusive en cada silencio.

Me podrán decir que soy un iluso o un idealista, y no los culpo. Pero no pierdo las esperanzas de que, lentamente, de a pocos al principio, de a solo 2 minutos de aire cada vez (y a veces hasta en silencio), gradualmente, vayamos descubriendo la cultura del buen trato, del respeto, del encuentro con el que piensa diferente, de los temas más transcendentales, de los datos, de los buenos ejemplos, de la educación, del aprendizaje colectivo, del progreso. Si mi silencio colaboró en un milímetro en ese deambular, bien vale la pena que haya asistido, aunque me haya retirado enojado.

La cultura que ví la otra noche dolió, pero no lastimó. Con paciencia, seguiré apostado a que podemos ser mejores, convencido de que la educación es el pasaporte al progreso, y la cultura (que debemos recrear) es su mejor aliada.