Por Juan María Segura
Las respuestas agregadas recientemente presentadas en el III Congreso de Educación y Desarrollo Económico referidas al grado de innovación del sistema universitario local presentan a un sistema que no innova, con un 63% indicando que el sistema innova entre nada (12%) y poco (50%). Al comparar las respuestas positivas (bastante + muy) con las negativas (nada + poco), el resultado arroja un valor neto negativo de -53%.
Estos valores resultan apena mejores que los registrados en la encuesta del año anterior, en donde los resultados agregados negativos alcanzaron el 72% (nada: 19%, poco: 53%), y la comparativa entre los valores positivos y negativos arrojó un valor neto negativo de -66%.
Los resultados pueden ser analizados en contexto a partir de una encuesta realizada por Gallup y publicada en el WISE en 2015. En aquella oportunidad, 1.600 expertos de 150 países respondieron al mismo esquema de preguntas aquí propuestas, y ubicaron a Latinoamérica como la región del mundo en donde menos se innova en educación, con resultados agregados negativos de 66% (integrando los niveles 1 y 2 en una escala de 1 a 5, equivalente a los 5 niveles propuestos por esta encuesta).
Al hacer la apertura por tipo de innovación, si bien no se verifica una diferenciación marcada entre los 5 tipos de innovación propuestos (pedagogía, diseño curricular, tecnologías educativas, políticas públicas y diseño institucional), se percibe un mayor énfasis y crítica en los aspectos más próximos al aula y la situación específica de aprendizaje. Los resultados negativos (nada y poca innovación) en pedagogía y en el diseño curricular alcanzan valores de 65% y 64%, respectivamente. Por su parte, los resultados en políticas públicas y diseño institucional alcanzan resultados negativos de 60% y 56%, respectivamente.
Un comentario que vale la pena destacar con respecto al bajo nivel de innovación en tecnologías educativas (resultados negativos agregados del 64%), es que estas casas de estudio representan el paso previo (y, en muchos casos, simultáneo) del alumno hacia el inicio de la vida laboral. Si aceptamos que las organizaciones, cualquiera sea su naturaleza, intensificarán en el futuro inmediato modos de creación, producción y distribución más integrados con las tecnologías, entonces no incorporar tecnologías al proceso de enseñanza-aprendizaje en la educación superior ubica a los alumnos en contextos de creación e intercambio de conocimiento ajenos a aquellos espacios y ambientes a los cuales se deberán integrar.
Para trabajar alguna conclusión u observación referida a la innovación desde el tipo de actividad de los respondientes de la encuesta (más de 1.000 personas), por una cuestión de representatividad, solo tomamos los grupos con más de 80 respuestas positivas. Por lo tanto, solo tomaremos en cuenta los grupos de docentes y educadores, empresarios y emprendedores, profesionales independientes y la categoría de otros, dejando de lado la consideración individual de las categorías de intelectuales, políticos, científicos y artistas. Hecha esta aclaración, en la apertura por tipo de actividad solo destaca una clara diferencia entre la mirada de los docentes y educadores con respecto a aquella de los empresarios/emprendedores. Los empresarios poseen una mirada más crítica en promedio en 13%, al comparar su respuesta promedio del 22% (nivel de respuestas con el mínimo nivel de innovación) con el 9% promedio de los docentes y educadores. Al hacer la apertura por tipo de innovación, se observa que la mirada diferencial se mantiene estable a lo largo de todas las categorías, con valores que oscilan entre un 16% (pedagogía) y 9% (políticas públicas), con valores intermedios para la tecnología (15%), el diseño curricular (14%) y el diseño institucional (11%).
Finalmente, resta una mirada desde la edad de los respondientes. En promedio, se verifica una crítica que se acentúa inversamente con la edad: cuánto más joven, mayor es la crítica para el nivel más bajo de innovación. La franja de < 30 años, en promedio, manifiesta ausencia de innovación en un 25% contra 15% de las de 30-39 años y 40-49 años, 14% en la de 50-60 años y solo 10% en la de > 60 años.
Al hacer la apertura por tipo de innovación, se comprueba que esta característica y mirada se mantiene relativamente constante a lo largo de las 5 categorías, planteando un problema vinculado a, probablemente, la mayor afinidad y naturalidad con la cual las generaciones más jóvenes interactúan con la idea de la innovación (y no solo con la tecnología), y la exigencia que desde ese lugar ejercen sobre las instituciones y prácticas educativas.
Si aceptamos, entonces, que nuestro sistema de instituciones, actores y políticas universitarias no innova, es consistente concluir que quienes de allí gradúen, no estarán adecuadamente preparados para integrarse con naturalidad a una sociedad productiva compleja, dinámica y tecnificada. Tal vez sea por ello que el desempleo juvenil alcanza valores cercanos al 50%.
¿Nos tomaremos en serio estos datos y diagnósticos? En el actual contexto, un sistema que no innova, ¡atrasa!