JUAN MARÍA SEGURA

Y Dios creó... a los centennials...

Por Juan María Segura


Desde una perspectiva educativa, y pensando en el ámbito universitario como ciclo formativo final previo a la inserción plena en el mundo del trabajo, los jóvenes poseen actualmente algunas características comunes que es necesario clarificar.

Al hablar de jóvenes de entre 18 y 25 años de edad, estamos haciendo referencia a quienes nacieron entre los años 1996 y 2001. El grupo entero corresponde a la categoría de los nativo-digitales, principalmente porque nacieron en el momento en el que el mundo se estaba poniendo el línea a partir de la convergencia de las tecnologías de la información y las comunicaciones (internet se creó en 1992, Amazon en 1994, Yahoo en 1995, Netflix en 1997, Google en 1998, Napster en 1999, Wikipedia en 2001). Sin embargo, a pesar de esta clasificación genérica, es importante señalar que estamos hablando de dos generaciones diferentes, los millennials y los centennials, y que, si bien ambos grupos poseen características comunes, también muestran algunas diferencias marcadas.

Los millennials, también conocidos como generación Y, son quienes han nacido entre los años 1980 y 1999. Nacieron junto con las primeras computadores personales (primera PC de IBM en 1984) y las intranets, luego con la www y los mercados de subasta en línea, y finalmente con el problema tecnológico asociado al cambio del siglo o Y2K (por year two thousand), el colapso de la burbuja puntocom y el ataque a las Torres Gemelas de 2001. Se beneficiaron del envión de las revolución de los microchips de los 70’, asimilando con facilidad la idea de la globalización mientras las noticias y los datos comenzaban a circular en grandes caudales, gracias a grandes tendidos de fibra óptima. Es la primera generación que tiene conciencia del todo, que ve al planeta como una única plataforma para la raza humana, y que desarrolla una mente ávida de comprensión de fenómenos globales, mientras instrumenta un sistema de toma de decisiones más inmediato, más espontáneo, menos respetuoso de las tradiciones, dogma y herencias. Desde la mirada de la generación anterior, los X (nacidos entre 1965 y 1979, y caracterizados como inmigrantes digitales), los millennials son caracterizados como más perezosos, menos comprometidos, más propensos hacia el disfrute y la utilización del tiempo libre para la sociabilización, y menos apegados hacia la formalidad. Ya adultos, esta generación se comunica a través de correos electrónicos y redes sociales básicas y son usuarios mixtos de aparatos (laptops, tablets y smartphones).

Los centennials, también conocidos como generación Z, son quienes han nacido entre el año 2000 y la actual década, y por esta razón son quizás la generación más importante de comprender de cara al repensamiento o reconceptualización del sistema universitario. Son el 25% de la población mundial, pero el 40% de la población de la región. Son una generación marcada a fuego por la conciencia del cambio climático y el calentamiento global, coincidente con la candidatura de Al Gore para presidente de Estados Unidos en el año 2000, y quien fuera luego Premio Nobel de la Paz en 2007 ‘por sus esfuerzos para construir y diseminar un mayor conocimiento sobre el cambio climático causado por el hombre, y por poner las bases para la toma de las medidas que sean necesarias para contrarrestar ese cambio’. Los Z son una generación activista, participativa, móvil, fluida (al decir del sociólogo Bauman), con un dinamismo extraordinario, que usa la tecnología sin poseerla, que producen en forma colaborativa, que consumen con conciencia, que desean estar donde las cosas ocurren. Así como los millennials estuvieron atravesados por la caída del muro, los centennials tuvieron lo propio a partir de la primavera Árabe, una protesta social que viralizó en todo el mundo entre los años 2010 y 2011, y que derribó casi 10 gobiernos, algunos de los cuales eran férreos regímenes autoritarios con varias décadas en el poder. Son una generación con un empowerment notable, y con una gran capacidad de organización a partir del eficaz uso que realizan de las plataformas y sistemas tecnológicos.

Los Z no solo son grandes activistas del mundo en red (25% producen y suben videos semanalmente, 20% redactan y comparten ensayos semanalmente, 52% se conectan con sus estrellas favoritas, 31% buscan trabajos pagos en línea, 45% elijen marcas eco amigables), sino que además accionan sobre otros (91% influencia las decisiones de compra de sus padres y de adultos). 

Si bien los primeros centennials ya están dando sus primeros pasos en el sistema universitario, el gran impacto de esta generación aún no está del todo plasmado en el ingreso a las universidades, lo cual permite suponer equivocadamente a algunos que las universidades, así como están diseñadas, aún resultan diseños y propuestas atractivas para los Z. Sin embargo, cuando uno ve la forma en la cual los Z comienzan a organizarse para producir, participar en política, compartir contenido, alentar movimientos y resolver problemas, todo hace suponer que darán la espalda al sistema educativo actual (datos recientes indican que en Colombia ya se verifican mermas en la matriculación universitaria del -40%), de la misma manera que no adhieren a los sistemas de representación política vigentes, mostrando bajísima participación en procesos electorales.

Así como el pez no sabe lo que es el agua, y vive en ella, de la misma manera se podría describir a la generación Z en su vínculo con la tecnología. Ellos no saben que existió (y que potencialmente existe) un momento de la historia en donde esas tecnologías que enlazan a todos con todos y todo, todo el tiempo, no existían. Y que eso era hasta hace relativamente poco tiempo, en términos históricos. Los Z viven conectados no por decisión, sino porque así es su mundo, en red, en vivo, en beta, en debate, en producción, en experimentación. Para ellos la tecnología no es un elemento, ni un conjunto de equipos y plataformas, sino una matriz, y esta es inescindible de su condición de ciudadanos de este mundo.

Dentro de este mundo-matriz, adoptar y adaptarse son dos acciones que se viven con naturalidad y sin estrés en los Z. Adoptar nuevos aparatos tecnológicos, nuevas plataformas de interacción, nuevos mecanismos de producción de contenido para el propósito que sea, es un acto cotidiano y natural. Pasar la información de un aparato a la nube, arrobar una actividad y vivir su viralización mientras se va desarrollando, y ocuparse de manera colaborativa de problemas educativos, sociales o amoroso es parte de sus rutinas. Naturalizada la acción de adoptar (tecnologías, afectos, mascotas, gustos musicales o hobbies), la adaptabilidad aparece como un gen inherente a su ADN. Se adaptan y acomodan con facilidad a los cambios cotidianos que les facilita su vínculo con la tecnología. Así como desplazan a Facebook (solo el 9% de los Z la utilizan) y Twitter para pasar más tiempo en Instagram, Snapchat y YouTube (90% de los usuarios son Z, y lo acceden diariamente), pueden hacer lo mismo con otras tecnologías, plataformas y usos sociales y colaborativos que se creen en el corto plazo. A diferencia de los millennials, ‘dialogan’ principalmente a través de su smartphone (92% lo poseen), pasan conectados en promedio unas 7 horas por día, y un 72% espera crear su propio emprendimiento para un mundo intensivo en TICs.

El vínculo de los Z con la tecnología también se da desde un dominio novedoso que poseen de dos lenguajes, el computacional (creado en los 70’), y el del chat e internet (creado al principio del siglo 21). Estos son el quinto y sexto lenguaje creados por el ser humano, de acuerdo con el trabajo del investigador del MIT Robert Logan, y son posteriores a la masificación de los sistemas educativos escolares y universitarios. Por lo tanto, son lenguajes hablados con versatilidad y fluidez solo por las generaciones de los nativo digitales, principalmente los Z, mientras hacen y deshacen en un mundo en red.

El lenguaje no solo nos comunica e informa, sino que, principalmente, nos pone en diálogo con el entorno de problemas, conflictos, convenciones, herencias, desafíos y oportunidades. Los dos lenguajes señalados, y los cuatro anteriores (oral, escrito, matemático y científico), han permitido dar forma y transformar el pensamiento del hombre. El lenguaje (no el idioma) habilita la conceptualización, la abstracción y la reflexión, y lo hace de una manera particular, dependiendo de la combinación de lenguajes que finalmente se utilicen. Los Z son usuarios intensivos del lenguaje computacional (que recién está ingresando al proceso de escolarización en forma de programación) y del del chat, así que sus formas de crear significados están altamente formateadas por el entorno de herramientas que utilizan y de espacios en donde interactúan. Alfabetizarse en el dominio de estos dos lenguajes también es un materia obligatoria para quienes desean diseñar espacios y servicios que capturen la atención de estos jóvenes.

La matriz como entorno (de cosas y seres), la red como flujo (de datos y significados), la adopción como acción cotidiana (de creación de rutinas y vínculos), la adaptabilidad como ADN y los dos lenguajes nuevos como formas espontáneas de alfabetización digital, ubican a los Z en una posición única frente a las TICs de cara al mundo de la robotización. La inteligencia artificial, la realidad virtual, la realidad aumentada, el machine learning, la impresión 3D, el big data y el internet de las cosas son aristas filosas de una revolución de organización de la producción que la humanidad nunca antes vivió, y que los Z están dispuestos a llevar adelante. Díganme qué lenguajes dominan, y les diré en que conversaciones participarán.

La configuración generacional y cultural así realizada para los centennials, ubica a este grupo de jóvenes en un lugar novedoso frente a la idea del aprendizaje, sea institucionalmente a través de una propuesta formal y concebida como tal, o a través de procesos más espontáneos y desprogramados. Para los Z, la experiencia de aprender es algo posible de encontrar en cualquier momento del día, en cualquier lugar físico, desde cualquier plataforma o repositorio de contenidos. Reconocen que la nube posee igual calidad de contenidos que el que pueda ofrecer la mejor oferta educativa disponible, solo que en mucha mayor cantidad, en múltiples formatos y accesible en cualquier momento con mínimo esfuerzo.

Esta creencia y actitud de los centennials los hace aplomados y decididos. Están habituados a seleccionar, clasificar y optar. Decidir y elegir entre incontables recursos disponibles que ofrece el mundo en red los muestra empoderados, en control de sus trayectorias, autopropulsados. Un aplomo que los presenta tan independientes y originales, como desafiantes y poco convencionales, sea frente a la moda, la cultura, la tradición o la misma idea de la sofisticación.

Los Z también son hábiles y creativos diseñadores. Diseñan sistemas e interfases para crear encuentro entre territorios y recursos antes inconexos, y con ello crean nuevos significados. Generando interfases y encuentros transdisciplinarios, desarrollan sistemas innovadores que cambian los patrones establecidos y reconocibles. Esta característica hace que sean más pragmáticos y menos idealistas, aunque a veces sean interpretados como menos respetuosos y más desafiantes. 

Adicionalmente, los centennials prueban, viven en primera persona procesos de experimentación. Reconocen que el mundo está en debate, que muchas convenciones no producen el resultado esperado, que existe una crisis de significado de muchas de las instituciones y rutinas que colonizan el quehacer cotidiano, y que los guías habituales (editores, curadores, enciclopedistas, diseñadores curriculares, sacerdotes, líderes formales de las organizaciones, jefes, ‘expertos’, docentes) deambulan con sus brújulas dañadas dando órdenes y directrices sin mucha convicción. Frente a este escenario, experimentar es una forma de ‘ir a la caldera de los problemas’ y entrar en diálogo con lo nuevo e inclasificable, a la vez que ponerse en comunidad con pares experimentadores, reemplazantes naturales de los guías. El concepto de la folksonomía, la clasificación social colaborativa por medio de etiquetas simples sin jerarquías ni relaciones de parentesco predeterminadas, que aparece como una práctica contrapuesta a la tradicional clasificación taxonómica más enciclopedista, deriva justamente de la actividad de experimentar con pares (folks) y encontrar un lenguaje simple y común que describa esa experiencia.

Habituados a decidir, seleccionar, diseñar y experimentar en nuevas comunidades y con nuevas formas de clasificación, también los Z no tienen problemas en recalcular y reinterpretar lo hecho y experimentado, a la luz de lo vivido y de los nuevos datos emergidos. Al vivir en beta, en formato de prototipo, están permanentemente en diálogo con otros miembros de sus comunidades de aprendizaje y experimentación o grupos de pertenencia, echando nueva luz sobre la trayectoria y su interacción con otros sucesos, datos y áreas o disciplinas. El proceso de recalcular e incorporar nuevos insumos es abierto, honesto, sin filtros y ocurre en vivo. Pragmatismo en acción, dinámico y alejado de todo dogma. Y si las vivencias y la acción de recalcular demandan modificar los diseños, las trayectorias, modificando la ruta como lo propondría el GPS del Waze, se hace sin dolor, sin ofensa, sin siquiera ponderar la inversión de tiempo, esfuerzo o dinero ya realizada.   

Estas características de los Z los hace particularmente incompatibles con la organización tradicional de las instituciones universitarias, que ofrecen rutas de aprendizaje pre pensadas, rígidas, excesivamente largas y sin canales de diálogo con los problemas de entorno. Por el contrario, los centennials desean construir trayectos de aprendizaje propios, únicos, que resulten significativos en cada acción y vivencia, preferentemente cortos, y que siempre dejen abierta la posibilidad de recalcular y modificar el rumbo. Las titulaciones de las universidades como macro recorridos rígidos pensados por otros bajo un esquema ‘si-te-bajas-antes-no-te-llevas-nada’ (en referencia a la falta de titulación que la acción de interrumpir los estudios supondría), lejos está de capturar el interés que muestran los Z por estar más en control, más en diálogo, más abiertos a los emergentes.

Diseñar instituciones educativas para los jóvenes supone comprender y aceptar estas particularidades, y también comprender el contexto de época en el que estos jóvenes viven y experimentan. Los millennials hoy, los centennials mañana y pronto los alpha, son una encrucijada desafiante para los diseñadores y administradores del sistema de educación superior de cualquier país del mundo. ¿Acaso es una opción correrle el cuerpo a este debate?